Actualmente, entendemos la traducción pura o fiel como aquella que pretende de alguna manera reproducir el significado exacto del original en la lengua meta. De este modo, en la misma no se deberían perder factores culturales, contextuales o incluso gramaticales y estilísticos. También es de vital importancia para conseguir una buena traducción el plasmar en él las mismas intenciones o propósitos iniciales que tenía el autor al escribir el texto origen.
Lo que acabamos de mencionar, sin embargo, es solo una parte de la teoría básica que todo traductor debe conocer cuando comienza sus estudios. En cambio, una vez nos adentramos más y más en el mundo traductológico, empezamos a estar al tanto de que aquí no todo es blanco o negro.
La importancia del contexto
¿Puede considerarse una buena traducción aquella que no es totalmente pura? ¿Significa esto que una traducción es mejor cuanto más fiel sea al texto original? ¿Qué es exactamente la traducción pura?
Es aquí cuando entra en juego la mítica frase usada por todos los traductores indistintamente de su origen o especialidad. Y es que, al fin y al cabo, “todo depende del contexto”.
Esta pureza de la que estamos hablando no es un factor que funcione de manera unilateral, sino que va unido a otros aspectos. Algunos de ellos pueden ser la naturalidad o la transparencia. Vosotros, como traductores, ¿sacrificaríais la pureza del texto por darle naturalidad en vuestra lengua meta? ¿Es más importante que un texto nos “suene bien” o que sea una manifestación “exacta” del texto origen?
Tema controversial a lo largo de la historia
Este debate no es algo totalmente nuevo o una mera cuestión iniciada por los traductores del siglo XXI. Es, sin embargo, algo que lleva planteándose durante miles y miles de años por los distintos traductores de la historia.
Fue precisamente en Roma donde apareció una de las primeras reflexiones sobre la traducción fiel. Horacio, en su Ars poetica aseguró en unos versos que “Nec verbum verbo curabis reddere fidus Interpres”. Esto en español equivaldría a algo parecido a “fiel traductor, no procurarás verter palabra por palabra”. Así pues, aparece por primera vez el concepto de fidelidad, que para Horacio consistía en evitar la traducción literal, sin embargo, otros traductores opinaban lo contrario.
Más tarde, allá por el siglo XVII, Europa empieza a caracterizarse por la afirmación del gusto francés en la manera de traducir. Esto se hacía con el fin de salvar la diferencia lingüística, la distancia cultural y el envejecimiento de los textos. Esta manera de traducir se conocerá como las belles infidèles (las bellas infieles). El nombre lo acuñó un crítico francés, asegurando que: “las traducciones, como las mujeres, pueden ser o bien fieles, o bien hermosas, pero nunca las dos a la vez”. De este modo, “Las bellas infieles” representa una manera de traducir a los clásicos mediante adaptaciones lingüísticas y extralingüísticas.
Aunque esto tenga parte de razón y nos ayude con la definición de traducción pura, hoy en día, podemos totalmente desmentir la afirmación del crítico francés. Es precisamente aquella traducción que no está hecha de manera literal la que consigue transmitir todos los aspectos importantes del mensaje. Una buena traducción se caracteriza por su fidelidad y pureza y, también, por la estética. Estas dos características no son excluyentes sino complementarias.
Por tanto, y teniendo en cuenta todo lo previamente expuesto, podemos concluir en que la traducción no es más pura por ser más literal; lo es cuando, de una manera natural, consigue respetar no solo el sentido del texto original, sino también los culturemas, los aspectos pragmáticos y estilísticos, etc. Esto, junto con la transparencia, constituyen lo que conocemos como una traducción pura o fiel.
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