Una de las preguntas más comunes a la hora de traducir un texto es: ¿se traducen los nombres propios? Ante esta pregunta, encontramos varias posturas entre los traductores. Por un lado, hay algunos que optan por traducirlos.
Por otro lado, hay quienes traducen algunos nombres propios y otros no. Y, por último, están aquellos que no traducen ninguno. No obstante, existen algunas normas para evitar que cada uno traduzca bajo su propio criterio. Antes de ahondar en esta cuestión, veremos qué son los nombres propios y algunos problemas que pueden plantear.
¿Qué son los nombres propios?
Como todos sabemos, los nombres propios son aquellos sustantivos utilizados para designar a personas, lugares, empresas, productos, etc. con un nombre singular. El nombre de una persona, por ejemplo, es invariable independientemente del país en el que se encuentre.
Por esta regla de tres, lo más lógico es que no se traduzca, aunque exista ese mismo nombre en otras lenguas. De lo contrario, si lo traducimos, esa persona «perdería su identidad» y cambiaría su nombre.
Pero ¿qué ocurre con los nombres propios asiáticos? Estos suelen adaptar su grafía o tomar un nombre occidental para facilitar su pronunciación. Teniendo en cuenta estas dos premisas, podemos llegar a entrar en confusión y encontrarnos ante la siguiente dicotomía: ¿se traducen los nombres propios? O, por el contrario, ¿se mantienen sin traducir? Para intentar esclarecer estas cuestiones, veremos por qué técnica se ha optado a lo largo de los años.
La traducción de nombres propios a lo largo de la historia
Puede que uno de los principales problemas que ocasionan los nombres propios extranjeros sea su pronunciación. Para evitar este problema, antiguamente es optaba por traducirlos siempre. Por esto, en los comienzos de la traducción, en las obras literarias era muy habitual encontrar los nombres propios traducidos o adaptados. Pero este problema no solo se encuentra con los nombres propios de personas.
También podemos encontrarnos con esta dificultad con los nombres de empresas y sus productos, los nombres de ciudades, las calles, etc. Ante esta situación, hace años siempre, sin excepción, se traducían. Pero esta tendencia cambió y se ha optado por no traducir ningún nombre propio. Esto se debe a que, de lo contrario, estaríamos reemplazando el nombre original que le pertenece a cada individuo, empresa, ciudad, etc.
Tendencia actual frente a la traducción de nombres propios
Como acabamos de desvelar, la tendencia actual frente a la traducción de nombres propios es la de no traducirlos. No obstante, todas las reglas tienen excepciones y esta no iba a ser menos. Si bien es cierto que los nombres propios relativos a las personas nunca se traducen, con los topónimos no ocurre lo mismo.
Los topónimos son nombres propios que hacen referencia a lugares, ya sean países, ciudades o cualquier ubicación dentro de los mismos. En castellano, por ejemplo, tenemos traducciones ya acuñadas para topónimos de otros países.
De este modo, podemos encontrarnos tanto con nombres de ciudades traducidos como sin traducir. Un claro ejemplo de ello puede verse en ciudades como Londres o La Haya, en lugar de London o Den Haag, respectivamente.
En estos casos, se utiliza el topónimo acuñado en lengua española en lugar de mantener el nombre propio sin traducir. Por esto, podemos determinar que la norma ante la traducción de nombres propios es la no traducción. Aunque debemos tener en cuenta que existen traducciones ya acuñadas que debemos utilizar.
Por lo tanto, ¿se traducen los nombres propios?
Como podemos observar, no en todos los casos se actúa de la misma manera. Como norma general, la respuesta a la pregunta de si se traducen los nombres propios es negativa. La norma indica que los nombres propios no se traducen. No obstante, como toda norma, esta también tiene sus excepciones. Y, ante esto, debemos documentarnos para tomar la decisión más adecuada para cada traducción.